Fleurentina en Florencia
Esta segunda entrada estoy feliz de admitir que ¡¡no es mia!!... Es de un amigo que adoro que se llama Andrés Corrales, excepcional escritor, loco de nacimiento (como yo) y un excelente maestro de vida.
Él, hace unos cuantos meses, conociendome muy poco decidió escribir un cuento con mi pretexto de viajar... En este cuento habla de dos viajes en uno: el primero es un viaje físico (el mio, como él lo imaginó) y el segundo es un viaje personal al interior (suyo, mio, o nuestro... pero opto por creer que es la tercera opción) en fin... El cuento me encantó por obvias razones y también porque ese gusto por los viajes (el de adentro y el de afuera) es algo que compartimos.
Aquí lo dejo para el que tenga la disposición de leerlo:
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FLEURENTINA EN FLORENCIA
“Si conoces el camino, conoces la meta, ya que la meta no se encuentra precisamente al final del camino, sino que está a todo lo largo de él”
Osho.
Cuando Fleurentina llegó a Florencia, fue como si toda la magia del mundo estuviera allí, los edificios, las iglesias, los puentes y los atardeceres de la ciudad del renacimiento le hacían estremecer la piel y se sentía en su propio mundo. Cuando salía a caminar y le saludaban en italiano, ella respondía con su hermosa sonrisa y se alegraba de haber llegado allí. Se sentía libre, plena, no podía creerlo y cuando lo hacía, todo parecía mejor de lo que se había imaginado. Siempre había querido ir a Italia, era su sueño y lo había pospuesto ya demasiado. Sabía el idioma desde hace tiempo y no dejaba de imaginarse ella misma paseando por los paisajes de la Toscana, los viñedos de Piamonte, los pequeños pueblos del norte, la moda de Milán, la arquitectura romana, la comida en general, los vinos, los quesos, las pastas, el pesto, pero sobretodo las pizzas; los canales de Venecia, la isla de Cerdeña, Verona y su intrigante romanticismo y El Vaticano y su arte, pero sobretodo, no dejaba de pensar en los atardeceres de Florencia.
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Desde que salió del aeropuerto supo que le iría bien, la atendió un taxista bastante gracioso quien le hablo de lo bueno que era la vida en la ciudad. Al dejarla en la entrada de su nuevo hogar, le ayudo a bajar sus dos maletas y se las subió hasta el ascensor. Viviría en un pequeño apartamento, bien ubicado y con un balcón desde donde podía ver las estrellas en la noche. El lugar estaba bien amoblado, tenía plantas y flores, y casualmente o causalmente como prefería pensar, una réplica de un cuadro de Frida, su tan amada y favorita artista. También el instituto de idiomas donde perfeccionaría sus últimas palabras parecía estar en total sincronía con su momento, era un espacio muy acogedor, en una casa antigua y grande. Los salones eran amplios y estaban decorados con banderas rojas, blancas y verdes, la secretaria era amable y pasó su examen de admisión con un alto puntaje. Estudiaría con personas de muy variadas nacionalidades y culturas, lo cual la emocionaba aún más, pues no solo conocería Italia, podría aprender muchas cosas nuevas de los diferentes países, religiones y formas de vida, todo parecía perfecto. Por todas partes era recibida con felicidad, sonrisas y bonitas palabras, cada mañana era un gran nuevo día y cada tarde un espectacular atardecer.
Pero en la vida de Fleu, como muchos allegados le llamaban, no todo era perfecto, no todas las personas la saludaban bien, ni todos le sonreían. El señor del café del lado era siempre muy serio y nunca le respondía la sonrisa, ni mucho menos el “grazie” que ella amablemente pronunciaba después de recibir su pedido. También en la calle, mientras recorría la ciudad, escuchaba gritos, comentarios racistas, insultos y demás. No era feliz con ellos, pero se había acostumbrado con el tiempo. En las noches veía excesos de vicios, de superficialidad y de banalidades. Ella salía a caminar, conocía gente nueva, hablaba, charlaba y también en medio de ello conocía personas no gratas, que con sus palabras, quejas y opiniones querían arruinarle sus sueños y su alegría. También su hogar le hacía falta, su familia y sus gatas, se sentía sola en ocasiones y el frio la aburría en las noches, pero ella siempre estaba feliz y tenía en su cara la hermosa sonrisa que la identificaba, esa que alegraba a la gente y le hacía huequitos en las mejillas. Era un tema de actitud, había aprendido a ver todo con ojos diferentes.
Yo la conocí una noche en una plaza, realmente no la conocí, fue solamente la primera vez que la vi, sonrió toda la noche, se paraba y movía sus brazos para expresar todo lo que decía, su cara variaba con cada palabra y su forma de conversar era graciosa y divertida, pero lo más impresionante era su sonrisa. Nunca le hable, pero después de ese día la vi muy seguido.
Fleurentina consiguió trabajo en un pequeño café en la plaza Santa Croce, todo en su trabajo era bueno, ganaba plata suficiente para sobrevivir y le alcanza para viajar, mientras aprendía muchas cosas sobre cocina y a la vez perfeccionaba su idioma. No madrugaba mucho y llegaba temprano a su casa, era una mujer juiciosa y tenía tiempo para lo que más le interesaba, conocer gente, conocer cultura, arquitectura y arte. Cada tarde salía a recorrer la ciudad en compañía de algún amigo o sola en muchas ocasiones. Visitaba las plazas, las iglesias, los teatros, los museos, simplemente caminaba y se emocionaba por todo lo nuevo que conocía, bailaba con cada paso, este viaje la hacía muy feliz. Pero no precisamente el viaje a Florencia, había otro viaje en ella, era un viaje que nadie podía ver, era un viaje que había empezado varios años atrás, en su casa, era un viaje a su interior.
Cada vez que la vi desde aquel primer día, tenía la misma actitud, era una vencedora de la vida, podría no tener dinero, ni carro, ni muchas posesiones, pero yo la aprendí a admirar por mucho más que eso. Era pura consciencia y puro corazón, parecía estar todo el tiempo consciente y feliz y siempre me preguntaba cómo había hecho para llegar a esa situación. Siempre he querido ser feliz, siempre he buscado ser de aquellos que sin importar la adversidad logran ponerle buena cara a todo; y también de aquellos que uno observa y están siempre haciendo las cosas bien hechas y sobretodo las cosas que de verdad aman y les gustan. Quizás por eso la admiraba, porque parecía ser en gran parte lo que yo siempre quise ser. Quizás por eso nunca le hable, por miedo a enfrentarme con aquello que no he logrado y que tanto me crítico. No podía dejar de pensar en cómo ella había logrado ser como era, quería encontrar las respuestas para yo mismo aplicarlas a mi vida. Quería saber y a veces no podía dormir, necesitaba saberlo.
La vi muchas más veces y siempre fue igual, la vida me atormentaba poniéndomela en frente cada día, me causaba intranquilidad verla siempre feliz, con esa actitud ante la vida, pero fue eso lo que también cambio mi existencia, cada vez buscaba más en mí, conocerla me llevaba a más preguntas sobre mí mismo y sobre mi existencia, sobre el mundo en que vivía y sobre las verdades que hasta ahora tenía en mente, me dedique a hacer un juicio sobre todo lo que había en mi memoria y a escoger entre lo que me era útil, bueno y valioso y lo que no. Cada día estaba más feliz, cada día veía al mundo con ojos diferentes, era como conocerlo todo de nuevo, cada vez mi actitud mejoraba más. Ya no tenía tanta rabia, ya juzgaba un poco menos, deje el trabajo que tanto me atormentaba y poco a poco me fui convirtiendo en aquello que quería.
Fleurentina había disfrutado mucho de su estadía en Florencia, había vivido, conocido, trabajado, aprendido, tenía nuevas amistades, había conocido gente interesante, obras de arte hermosas, había conocido un pedazo de mundo que siempre había soñado, pero lo más importante fue lo que conoció de sí misma, se dio cuenta que lo importante no era el lugar, no era donde se encontrara, lo que la hacía sentir tan plena, era ella misma, era lo que tanto amaba de sí y su forma de ver la vida. Aprendió de sí misma cosas nuevas, pero también se aseguró de muchas que ya antes conocía. Como siempre fue feliz, pero era momento de volver, de recobrar su vida, su hogar, de volver donde sus gatas y su familia, de seguir conociendo de la vida, de volver a su trabajo y tomar decisiones sobre lo que quería hacer con su vida. Paso sus últimas semanas despidiéndose de la gente, volviendo a los lugares que más le habían gustado, viendo las obras que más la impresionaban y recorriendo la ciudad de sus sueños una y otra vez.
Su último día salió con una pequeña mochila, atravesó la ciudad en bus hasta la última parada, allí otro carro la subiría hasta la montaña. Almorzó en un hermoso y acogedor restaurante, se comió sus últimas pastas Florentinas, con una buena copa de vino y siguió su camino hasta una pequeña colina desde donde podía visualizar la ciudad entera, aún era temprano. Se tiró en la manga a leer mientras pensaba todo lo que había vivido estos meses, todo había sido genial. De pronto eran las cinco de la tarde y el sol empezaba a descender por detrás de las montañas. Amaba el atardecer, le encantaban los atardeceres sobre Florencia, podría quedarse allí, observándolos por siempre. Un hombre llegó a donde ella estaba, se sentó a unos pocos metros, se miraron y se sonrieron. Ella siguió mirando el atardecer mientras duró. Yo entendí que para ser feliz, debería también, como ella, emprender mí viaje interior. Nunca hablamos, nunca la conocí, pero me cambió la vida.
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